14 Nov Nuestra voluntad
Este tiempo de medidas de prevención está mortificando nuestra voluntad. Llamados a la obediencia hemos de sacrificar algunas de las cosas que nos gustan y solemos elegir. Muchas son muy buenas, como una cena con amigos sin toque de queda, o una escapada de sábado para pasear por algún lugar bonito y preferido. Las autoridades mandan ahora tanto que parece que se hayan colado sin preguntar en un espacio que antes era sólo nuestro. En efecto, nuestra voluntad ha perdido parte de su soberanía y anda algo estrangulada: nuestra voluntad, lo que nosotros queremos, lo que apetecemos, ha dejado de ser la ley primordial que gobierna nuestras vidas.
En la parábola del Evangelio Jesús dice de un hombre que al marchar de sus negocios dio una serie de talentos a tres de sus empleados. Cinco, dos, y uno. El primero negoció enseguida y consiguió otros cinco. Lo mismo hizo el que recibió dos. Pero el que recibió uno, en vez de jugársela con su talento, hizo un hoyo en la tierra y lo escondió. Porque le pareció poco, o inadecuado, o porque se le antojaba demasiado exigente la tarea encomendada. En el fondo, no llegó nunca a acoger el talento que se le ofrecía. Hizo lo posible por desentenderse de él, lo abandonó en el hoyo, y se lanzó a una vida al margen, de otro modo, empezada en otra parte.
Iluminados por la parábola del Evangelio, y dadas las características del tiempo que estamos viviendo, podemos caer en la cuenta de que también nosotros esperamos más de lo que somos capaces de proyectar y de conseguir, que de aquello que al estar disponibles y esperar podemos recibir – en efecto, justo eso suma tanto incómodo a este tiempo de voluntades mortificadas… No escapemos de la parábola: ¿de qué esperamos que nos llegue una vida buena, interesante y rica? Si revisamos nuestras jornadas, nuestros gestos, nuestros afectos y nuestras pequeñas esperanzas, ¿podríamos decir que somos personas que esperan? ¿Vivimos afanados e inquietos o vivimos esperanzados?
Este tiempo de medidas de prevención nos obliga a vivir más dependientes de lo que se nos da y ofrece que de lo que podemos lograr y darnos a nosotros mismos. Quizá nos pasa como al tercero de los empleados, y al mirar lo que se nos propone nos parece poco, ridículo, o insulso, porque la vida buena está más allá de los perímetros permitidos, o al menos, en el poder hacer lo que nos dé la gana. En este tiempo el Señor nos llama a vivir esperando, recibiendo, negociando con lo que nos da, con los talentos que ha escogido para nosotros. Aunque nos cuesta esperar y confiar porque sospechamos que Dios anda lejos de tener presentes nuestros deseos y necesidades. Tanto que muchas veces la vida se vuelve un esfuerzo sin fin por librarnos de la realidad y de las circunstancias, mucho más que decidirnos a vivirlas recorriendo el camino que indican, hasta llegar a donde conducen. Impacientes y desconfiados, nos resistimos a ser hijos…
Al imaginar la vida de los tres de la parábola seguro que no nos equivocamos si nos parece que la vida más pequeña fue la del tercer empleado. Pero no por la cantidad de talentos, sino porque apostó sólo por sí mismo – conseguir en vez de esperar y recibir. Los otros dos reconocieron el don, lo que se les proponía, y desde ahí caminaron. ¿Qué es lo que Dios nos ofrece y pide hoy a cada uno de nosotros? Nos ofrece y nos pide la vida y la vocación tal y como son, y las relaciones y las circunstancias tal y como son, y las responsabilidades y el tiempo y las fuerzas ¡tal y como son! Como a los empleados buenos, que no escogieron ni cuántos ni qué talentos recibir – pero fue lo que se les ofreció lo que les condujo a la vida buena y al banquete final. El tiempo que vivimos es exigente, pero es el tiempo que Dios nos ofrece para caminar y el recorrido que lleva hacia la vida buena.