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Piedra angular

El alma tiene una especie de habitación secreta. Es allí donde nos encerramos a solas, a deliberar y a decidir, a decidir cuál es el punto de partida, la que escogemos será nuestra piedra angular. Nos condicionan mil cosas, sin duda, pero al final decidimos libremente. Porque no puede ser de otra manera – porque a la fe somos invitados nosotros, con todos esos condicionantes, con todas nuestras circunstancias, con todo lo que nos afecta. Ahí decidimos si Jesucristo es una especie de estrella en el firmamento, lejana y entre otras, algo así como un valor orientador. O una realidad, un hombre de carne y hueso, presente, Dios, con una concretísima propuesta, que consiste en seguirle hasta dar la vida entera con Él.

Cuando decidimos que Jesús es real pero pequeño, poco más que una pista indicativa, acabamos organizando la fe y la vida en función de nuestro apetito y temperamento. Es un modo de vivir la religiosidad curioso, porque aunque se afirma a Dios, al final no hacemos más que darnos la razón siempre a nosotros mismos. Además, no pasa de ser un cristianismo encajado entre los pliegues de las modas de turno… En cambio, cuando se afirma la realidad de Jesús, Jesús sin aquel maquillaje que lo hace parecer uno más de los nuestros, Jesús es Señor, criterio, esperanza real que pide una confianza total, y que impone un modo, un método: ¿cómo es? Es siempre un hombre al que seguir.

Igual que el Padre les regaló a los doce a Jesús, a ese hombre al que seguir para que pudieran empezar a experimentar el Cielo en la tierra, lo mismo hace hoy con nosotros… La misma cosa: nos regala presencias, personas, auténticas huellas de Cristo, hombres y mujeres donde seguirle con acierto. Porque son criterio, y puertas de acceso a la vida buena. Atención, porque nos puede parecer que eso mismo hace el mundo – pero es cosa bien distinta, y es importante estar atentos: el mundo propone modelos, modelos siempre de poder o de éxito, pero nada más que modelos. Como una imagen con la que compararse para acabar viéndonos obligados a abandonar lo que somos, lo que éramos antes de que el mundo nos dijese que estaba mal… Jesús nos acompaña y hace justo al revés: dilata el horizonte, el campo visual, y así nos acerca a la verdad. Y empieza uno a amar lo que es, sin necesidad de tener que vender su identidad en las rebajas de la moda.

Las lecturas de la Misa de este domingo hablan de pastores. Son pastores los sacerdotes, los obispos, y por supuesto el Papa. Pero también nos alcanza el Pastor en otras personas que Él nos regala y a las que nos invita a seguir. Porque seguir es algo que pertenece a la esencia de nuestra fe. Seguir, que es caminar tras los pasos de aquellas personas donde Cristo se hace más visible y concreto. Eso nada tiene de humillación para nosotros. Es Jesús que comparte el camino. Condición para tocar el Cielo y para nuestra esperanza. Tendremos que vencer una cierta resistencia típica de estos días, porque sin querer le hemos comprado al mundo una buena dosis de sospecha sobre casi todo. Hoy es tal la inflación de la propia voluntad, hoy la cultura está tan a favor de la exageración loca del propio apetito, que ya nadie se fía de nadie. ¡Cuánto pensamos que sólo lo nuestro es válido! Pero encerrados a solas en lo nuestro, no alcanzaremos nunca la alegría. Acojamos la presencia de Jesús. Y sigámosle con decisión.



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