22 May Amor y amor
Se lo dijo Jesús a los apóstoles en la última cena, si me amáis, mi Padre os amará. Más, si me amáis, mi Padre os amará y vendremos juntos a hacer morada en vosotros. Amor mío a cambio del vuestro. El gran amor de Dios al precio del pequeño amor del hombre. En una desproporción total, porque es el todo de Dios a cambio de nuestras nadas. Dios dispuesto a entregarse como una esposa que abandona lo suyo para ser recibida y acogida en el hogar del esposo que la espera. Vendremos, dice Jesús, vendremos y haremos morada… Eso anuncia el Evangelio de la Misa de hoy, que Dios quiere hacer de nosotros su domicilio, su estancia y su hogar. A cambio de nuestro amor menudo Él se ofrece entero a nuestra capacidad de ser-con-Él.
Es una amistad sin simetrías. De hecho, su nervio y su quicio no están en nosotros sino en su libertad, porque Dios decide inclinarse hasta alcanzarnos. No es por una confusión, porque sabe bien que somos un poco de carne, un puñado de huesos, y que la vida nuestra es su propio aliento en nosotros. En efecto, lo que de nosotros tiene valor, nos lo ha dado Él antes. Y, con todo, ¡nos busca! Amarnos no le encoge, ni hace que pierda categoría. Nos ama y permanece Dios, siempre divino, siempre grande y poderoso. El misterio es que pide que le queramos, como si nuestro amor fuese a añadirle algo que no tuviera ya. Él, nuestro Dios, y nosotros su pueblo. Le entusiasma esa posibilidad, ser un Dios con un pueblo que reconoce lo que es, un pueblo que lo reconoce como Señor y que se deja bendecir por Él.
Viene a amarnos. Es clave tener en cuenta que viene a amarnos, a amarnos realmente. No para conquistar nuestra imaginación o para plegarse a nuestros instintos. Es un amor que quiere salvar. Se acerca. Se acerca del todo y asume formas discretas, delgadas, las que sean necesarias con tal de caber en lo nuestro. Se acerca y nos besa a escondidas, casi sin que nos demos cuenta. Para salvarnos. Para salvarnos según todo lo que somos. Lo que somos ahora y lo que seremos para siempre. No pide que seamos dioses. Espera sólo que vivamos sin complejos enanos, sin los corsés que el mundo impone con su culturilla, para que nuestra propia humanidad alcance entera la superficie de lo que somos y pueda allí encontrarse con la gracia salvadora de Dios.
Dios pide sólo un poco de amor humano a cambio de su amor divino. Palabras y gestos de hombre. Decisiones y afectos de carne, que al reconocerle divino desde aquí, desde lo nuestro, atraen e invitan a la misericordia infinita de Dios. Toda a nuestro servicio, porque quiere mudarse y hacer morada en nosotros. En cambio, los que gritan furiosos que sí al aborto, los que aplauden a la eutanasia, y todas aquellas familias a las que el Estado robará a sus menores embarazadas, en la muerte, sólo cosecharán más muerte. Jesús invita a un amor.