11 Abr Una mujer
Según datos oficiales del Vaticano, hay en el mundo 1.329 millones de fieles católicos bautizados. Si a esos les sumáramos los católicos que vivieron en los primeros veinte siglos de cristianismo, y también los cristianos bautizados pero no católicos de todos los tiempos, la cifra resultante sería impresionante. La resurrección de Jesús introdujo en la historia una novedad que la transformó entera y para siempre. Esa novedad, desde aquel primer domingo, ha ido alcanzando el corazón y la vida de millones de personas. Tanto, que no podemos no considerar esto: toda la diferencia, toda la vida de la resurrección, todo, lo puso Jesús en manos de una mujer – María Magdalena. Ve, le dijo en la mañana del domingo; ve y anuncia a mis hermanos que vivo.
Lo que el Resucitado toca, queda transformado. Se ve en María, en los apóstoles. En tantos del primer momento. Y en los millones que hemos venido después. Personas, historia, y toda la cultura desde entonces… Si atendemos a lo que sucedió aquel domingo junto al sepulcro -y ha sido así desde entonces- no queda otra que reconocer que la manera escogida por Jesús para que su novedad llegue hasta nosotros ha sido siempre la misma, el testimonio de sus testigos – la primera, María Magdalena. Es precisamente eso lo que le advierte Jesús a Tomás en el Evangelio de la Misa de hoy: ¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto.
Ahora, pasados veinte siglos, es imprescindible que nuestro punto de partida pascual consista en reconocer la potencia inagotable que llevaba dentro el testimonio de esa mujer. Además, porque Jesús la escogió a ella, y no a la Virgen o a san José, no podremos nunca denunciar al testigo por no coincidir con el calibre de lo que testimonia – tuvo Jesús ese cariñoso detalle, atención, no tanto con los testigos, sino con nosotros, porque nos ahorró caer en esa trampa. Dichosos los que crean a sus testigos, porque verdaderamente Cristo vive y habita entre nosotros.
Dios tiene en sus manos todo el poder, pero en la mañana del domingo, en vez de demostrar en un espectáculo la resurrección de su Hijo, sólo mandó a esta mujer. A la humanidad entera, sólo una mujer. Y únicamente pide a sus apóstoles que la acojan – es lo más precioso… Porque consigue el Señor lo más difícil: aquello que por definición es infinitamente más grande que nuestra capacidad de entender, y más grande que nuestra capacidad de imaginar o abrazar, hace que para nosotros sea tan a nuestro alcance como afirmar a alguien presente, a la Magdalena de turno. Los italianos lo dicen con una expresión típica: nos lo pone el Señor ‘a medida de hombre’; a nuestra medida. Porque Él nos invita a un amor en nuestra lengua materna. La resurrección, ha querido que nos alcance de esa forma.
María Magdalena nos dice mucho de cómo debe ser nuestra fe. No acertamos cuando la vivimos como una prueba a ver si logramos cambiarnos. No es la fe un duelo mortal entre nosotros y nuestras carencias. Lo que pide y propone Jesús es que acojamos su presencia en sus testigos. De lo que se trata es de apuntalar la relación con aquel que Él nos envía para reconocer su presencia. A medida de hombre… Porque la fe es fácil.
¡Feliz Pascua!