18 Dic Siempre
Las lecturas de este domingo están llenas de indicaciones temporales grandiosas. Son tan extensas que sólo las podemos enunciar, porque ni siquiera caben en el interior de una de nuestras imágenes. Dicen de un trono que permanece, de un favor mantenido eternamente, de un linaje perpetuo, y de un reino sin fin. Son otros modos de decir siempre – siempre y todo. Porque es todo el tiempo, el tiempo entero, sin intermitencias de ningún tipo, porque el tiempo es siempre para la salvación, para la historia de amistad entre Dios y nosotros, allí donde se encuentran nuestra necesidad y su abundancia.
Es posible siempre porque Dios no envejece. Tampoco se desgasta. Ni viene a menos su interés. Nosotros sí nos cansamos, y no logramos ser fieles, ni gustar algo que dure. Nos pasa porque nuestra mirada se ha vuelto bajita, sin cuello, ha inmadurado, y cuando por fin se posa, no ve más que la cáscara de las cosas. Como si mirar desde el cristal de un escaparate le fuese suficiente. De hecho, vivimos buena parte del tiempo a extramuros de la verdad, convencidos de que a esta le basta coincidir con la sola apariencia. Tan lejos nos quedamos de conocer realmente las cosas, que en el mismo momento de descubrirlas, inmediatamente, empiezan a volverse extrañas, ajenas, hasta despreciables.
Decidimos acusar a Dios de habernos tenido a oscuras, como cautivos, a distancia de la vida posible. Y como ya no estamos dispuestos a recibir de sus manos el sentido que nos ofrece, nos hemos puesto de acuerdo para fabricarnos uno a medida – un becerro de oro moderno… Pero lo cierto es que nadie se atreve a confesar el auténtico resultado de esta vida sólo nuestra: ya nada interesa realmente, nada vale la pena, y el tiempo se ha vuelto insufrible. Lo del jueves en España es el síntoma definitivo: la eutanasia es la derrota más grande posible. Porque nadie se libera de nada con una muerte adrede. Admitámoslo: la muerte selfservice es la guinda del pastel de nuestro fracaso como hombres.
Cuando nos alejamos de Dios, nos alejamos de la posibilidad de descubrir la verdad que Él nos quiere revelar en las cosas, en los tiempos, y sobre todo en el encuentro con los demás. La realidad entera que va abriendo sus brazos, como si fuesen pétalos, para que podamos contemplar el secreto de su intimidad. Que es Dios mismo: Él es el sentido de todo, el Amor que se nos ofrece. Por Él, sentido y amor son la misma cosa, la verdad de todo, que no caduca. El sabor bueno del tiempo. Por eso las lecturas de hoy nos pueden impresionar con su anuncio: fidelidad sin fin, alianza eterna. Al tiempo ni le faltamos ni le sobramos nosotros; a nuestro tiempo sólo le falta Él.