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Asunción

Como dijo en una ocasión el Papa Francisco, somos una mezcla de tierra y tesoro. Maravilla por los brillos de nuestro tesoro, del tesoro de nuestra belleza humana, del tesoro de nuestros deseos nobles y buenos, o por el de las cosas bien hechas. También incómodo, sino disgusto o escándalo, aunque lo disimulemos quedamente, por nuestras insatisfacciones, por nuestras torpezas y pequeñeces. Además, se dan todas cita para siempre-siempre con el deseo que nos habita implacable, que nos condiciona, y que parece que nos va estirando por dentro sin acabar de saciarse nunca. ¿Acaso un día se podrá abrazar también esa tierra nuestra? ¿Será bueno ser lo que somos para siempre? ¿Nos libraremos un día de la tierra pesada de nuestra humanidad?

Después de que machacaran su cuerpo y su corazón a golpes, de que le rompieran la carne con los clavos en la cruz, Jesús murió entero. La obra se cumplió. Y en ese gesto generoso y definitivo conquistó para nosotros el corazón de su Padre. Hecho: el Cielo con las puertas otra vez abiertas, y otra vez nosotros invitados a peregrinar hacia la vida eterna, hacia el hogar del Padre. Jesús podría haber resucitado librándose del peso de su humanidad y ser de nuevo ya sólo Dios, sin tener que arrastrar para siempre la carne de hombre que hizo suya en las entrañas de María… ¿Hombre para siempre? Impresionantemente sí, hombre para toda la eternidad.

Misteriosamente, también Él tesoro y tierra. Toda el tesoro, y también toda la tierra del deseo de su corazón de hombre – porque no se puede ser hombre de verdad sin deseo… Deseo porque su humanidad es como la nuestra, de la misma naturaleza, infinitamente necesitada de un buen amor. Como nos pasa a nosotros, que necesitamos un amor, un buen amor en el que se nos afirme, allí donde poder descubrir el propio reflejo, donde conocer lo que somos y recibirlo, acogerlo. Es imposible ser hombres, hombres verdaderos, empezar a gustar lo que somos, sin un amor donde se nos anuncie la bondad de nuestra existencia – ¡es bueno que tú existas! Para el hombre Jesús, exactamente igual. Así que le hace trampas a todo y se lleva a su Madre al Cielo para mirarse en ella, para poder mirarse para siempre en ella, para ser amado por ella para siempre. Y para amar también Él, con corazón de hombre a esta mujer, porque no es hombre del todo quien no ama.

Es bueno que tú existas – algo así nos dice Jesús con este gesto enorme: María, es bueno que tú existas, para siempre, mujer para siempre, humana para siempre, siempre necesitada, como Jesús, siempre necesitados, porque nuestro deseo no lo apagará ni el Cielo. Siempre anhelantes para poder ser amados para siempre. Miramos hoy al Cielo. Jesús quiere seguir siendo hombre, para siempre hijo, siempre siendo amado. Es bueno el tesoro de nuestra vocación humana, es bueno ser lo que somos, y es buena la tierra de nuestra pobreza que sirve a Dios para volcar su corazón en el nuestro. Más humanidad en nosotros; se lo pedimos hoy a Jesús y a María.



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