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Bisbe Toni

Hace un par de semanas falleció enfermo en Barcelona un obispo auxiliar de la diócesis de 49 años. Supimos de su cáncer al inicio del verano pasado, y la noticia enseguida nos puso a todos a rezar por él. Era un hombre simpático, de una especial amabilidad, un trabajador incansable. Venido de un pueblo de Mallorca, hombre normal, pero en el que se reconocía un algo más que le hacía especialmente atractivo: el “bisbe” era como un hogar donde uno se podía recoger a recuperar el aliento antes de volver a la tarea de la vida.

Impresionaba cuánto se dejaba sorprender por las personas y por las cosas que le ponían delante o le explicaban. Cuando hacía falta, siempre atentísimo, aprendía. Cuando era necesario, y sin olvidar su responsabilidad de padre, corregía. Lo hacía sin pisoteos, sin retirarse, dando la mano, invitando siempre a una vida más volcada en el infinito. Lo hacía. Y cuando era que no, lo decía y punto. Creo que era un hombre libre, especialmente libre. No que no sufriese, o que las cosas no lo encogieran por dentro más de una vez… Pero libre, como uno que ama siempre lo que quiere amar, con generosa fidelidad, sin tener que suspender los amores por compromisos impuestos desde fuera.

La libertad de Toni no estaba hecha ni de suma de talentos ni de una fuerza superior a la media. Lo que tenía dentro era certeza. Era saber que había sido llamado por Dios. Certeza, libertad, que hacía siempre palanca en el mismo sitio, en su vocación. No se inventó su vida, ni su tono de voz; no se inventó tampoco a los padres que le acogieron al nacer. Su sacerdocio no fue una ocurrencia suya, ni pidió él que le hicieran obispo. Siempre todo, la iniciativa de Dios, que él fue acogiendo con disponibilidad y confianza. Libre, para vivir su vocación sacerdotal, libre para dejar su tierra querida de Mallorca, libre para confiar a su familia a la Providencia, y libre para no ponerse al servicio de los imposiciones ideológicas del mundo.

Apostar como Toni por vivir la vida como vocación, como respuesta al designio concreto de Dios para cada uno de nosotros, significa acoger una voluntad que no es la nuestra. Cierto que eso lleva dentro un sacrificio, pero también una promesa que hace posible vivir con libertad, incluso en la pobreza o en la enfermedad, como el Señor nos ha regalado comprobar en los últimos meses de vida del obispo amigo.

San Pablo nos alienta hoy en la segunda lectura de la Misa: “Entregaos siempre sin reservas a la obra del Señor, convencidos de que vuestro esfuerzo no será vano”. Reconozcamos que se nos queda estrecho el traje de la vida cuando todo consiste en conseguir el siguiente objetivo o la última meta. Porque lo que somos lleva otro clamor dentro: queremos ser amados con una predilección total y definitiva, un amor que nos genere como hombres nuevos ahora. Somos ciegos guiados por otra ceguera -como dice Jesús en el Evangelio- cuando nos arriesgamos a amar sólo lo que se nos ocurre a nosotros. A Toni, cuando le preguntabas, hablaba poco de su mala enfermedad, porque necesitaba decirte que se sabía querido. Libre por un amor, por esa entrega sin reservas de la que habla el apóstol.



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