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Cambio

Jesucristo viene de fuera. De carne y hueso, real, y viene de fuera. Le reconocemos desde el centro de lo que somos, pero no es Jesús una suerte de dimensión interior de nuestro yo – como si en el fondo fuese sólo una de las capas de nuestro tejido íntimo. No, a Jesús lo gestó María en sus entrañas, y desde allí caminó hasta dar con nosotros. Interesa Jesús precisamente porque es real. Porque si no lo fuese, nuestra fe y nuestra esperanza no podrían ser más que unas arriesgadas proyecciones de nosotros mismos. En cambio, porque es real, cuando Jesús sale a nuestro encuentro y nos toca la vida, cambian las cosas. Como lo que le sucede al que se enamora de la que será su mujer, que no sólo cambia por dentro como si se modificara su vibración emocional, sino que los domingos acaba comiendo en casa de la suegra – porque un amor cambia la vida entera. Cristo real propone una relación real. La amistad con Él no es sólo una cosa de sentimientos o de comparación de valores, sino de diferencia en la vida.

Si encontráramos a Pedro, a Santiago o Juan, después de los primeros días caminando con Jesús y les pudiésemos preguntar sobre su visión del cristianismo o de los valores cristianos, es más que probable que recibieran nuestra pregunta con un gesto lleno de sorpresa – ¿valores decís? Señalarían a Jesús enseguida, ahí presente, junto a ellos, concreto, a un par de metros de distancia hablando con unos niños del barrio. Puede que se mostraran algo más torpes a la hora de justificar el abandono de sus barcas en la orilla del lago – alguno hasta les acusaría de un cierto arrebato. Pero es que a pocos, Él se fue distanciando, ganando terreno, y acabaron todos lejos de sus aguas. No les cambió la vida empezar a pensar en Él, o sentarse en una tertulia a aplaudir valores. Es que eso no salva, porque pensarle o seguirle son cosas muy distintas. Cristo lo hace todo nuevo cuando le dejamos tocar la vida, la que vivimos todos los días. En las circunstancias que atravesamos, que no son la imaginada frontera que bloquea la relación con Él, sino el espacio de su auténtica posibilidad.

María, José, los apóstoles y las santas mujeres, san Pablo, y todos los santos desde entonces. ¿Estamos también nosotros dispuestos a ser cambiados por Jesús? ¿Dispuestos a vivir una vida distinta para ser salvados? Nos pasa en tantos momentos como al joven rico, que reconocemos la necesidad de una diferencia en la vida, reconocemos a Jesús como su posibilidad, pero no nos atrevemos a seguirle – porque se te acerca el cónyuge, o un amigo, o tu madre, y pregunta y cuestiona, porque nunca antes habías hecho lo que ahora empiezas a hacer… A veces no nos cuestionan los demás, sino nosotros mismos, que después de años nos parece que lo que somos se identifica y expresa totalmente con los hábitos y costumbres de siempre. Nos parece que son la armadura que mantiene en pie lo que somos, y el modo bueno y debido de estar en este mundo. En el fondo son nuestras barcas, aunque más que asegurar una vida, nos tienen atados a las orillas de nuestros lagos, mientras Jesús empieza a alejarse… La verdad de nuestra fe acontecerá, y hará nuevo todo lo que somos, cuando se forje un vínculo objetivo y real con Jesús. Por eso, en estos días de Pascua y de incertidumbre vírica, ¿hacia dónde nos llama Jesús? ¿A quién nos pide acoger? ¿Qué deberíamos sacrificar para poder seguirle?



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