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Cuerpo de Templo

Los cristianos nos fiamos de san Pablo. Su voz nos acompaña desde siempre, con palabras enormes, grandes como soles que alumbran el camino que lleva hacia la novedad que Cristo ofrece – gracia, vocación, liberación. Este domingo, en la segunda lectura de la Misa, el apóstol dice del cuerpo y de la sexualidad. Es interesante, porque ahora se habla mal de estas cosas. La Iglesia, por ejemplo, está casi muda, temblando ante el mundo que la juzga y la quiere desterrar. Los padres en sus casas también, muy callados, porque al intentar hablar con los hijos digitales, suelen extraviarse en sus enormes laberintos. Y políticos y periódicos, se entregan por entero a diseñar promesas y titulares cosechadores de clics. Al final, todos confundidos. Como es lógico, la confusión tiene su punto: estamos siendo testigos de cómo el dinero no pierde ocasión y de cómo se ha inventado ya una prometedora industria dedicada al placer sexual que atiborra ya los lineales del super y las ventanas de Amazon. Podemos esperar más titulares, y más confusión, y más ventas.
Parece que la sexualidad y el amor se están divorciando para siempre. Porque el amor es lento, demasiado lento para estos tiempos nuestros. Además, pide trabajar en equipo, y esa no es nuestra especialidad. El amor lleva dentro una relación, pertenecerse, ser-con-el-otro. Entonces, un sacrificio. El placer, como mucho, negocia y pacta – no va ni un paso más allá. Pero se insinúa más fácil, más concreto. Parece que nos hemos acabado poniendo todos de acuerdo para que se convierta en el único criterio, bastante idolatrado… Insisten mucho los titulares, las series, y los negocios, y se está encogiendo la sexualidad, cada vez más reducida a sus placeres posibles. Hemos abandonado el deseo de hallar su sentido, como si nos hubiese agotado el trabajo que supone descubrirnos a nosotros mismos.
Dice san Pablo: el cuerpo es un templo, sagrado, un templo habitado por un Amor. Cuestiona nuestra mentalidad, cada vez más achatada. El cuerpo es un templo que tiene dentro un Cielo que lo puede iluminar entero. Queremos a Jesús, querríamos su vida y su luz en todo lo nuestro, porque la vida entera necesita su gracia. Eso sí, en todo salvo en la manera en la que gobernamos nuestra intimidad: ahí nos armamos, como los caballeros, para defender el castillo de nuestros placeres, como si intentar orientar el instinto nos pudiese malograr para siempre. Dios nos hizo de carne y hueso. Jesús se hizo de carne y hueso. Es bueno el cuerpo y bueno el placer – los ha defendido siempre la Iglesia frente a quienes los despreciaban. Pero el cuerpo y la sexualidad son para la vocación, para la santidad – para mostrarnos la relación con Dios, porque somos suyos; también ahí nos quiere bendecir el Señor. Termina san Pablo y dice: No os poseéis en propiedad, porque os han comprado pagando un precio por vosotros. Por tanto, ¡glorificad a Dios con vuestro cuerpo!


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