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Distancia de seguridad

Dios nos llama siempre a la caridad, que es lo más esencial y típico de nuestra vocación cristiana. Pero no sólo por añadir una bondad a las cosas, o por hacer más blanda y amable la existencia de los hombres, sino porque Dios mismo es amor. Su entraña, la consistencia de su propia fibra interior (si algo así se puede decir), es justo esa, la relación amorosa entre el Padre y el Hijo en el Espíritu Santo.

En el Evangelio de la Misa leemos que cuando Jesús responde a los fariseos dice que el mandamiento principal de la ley es amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma, y con todo el ser. E inmediatamente añade que el segundo mandamiento es parecido: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Así, la forma de la fe verdadera es el amor a Dios y al prójimo. Por eso, el camino que lleva a alcanzar y a tocar a Dios en nuestra vida estará siempre condicionado al amor al prójimo. Tan es así, que si se pudiese hacer un retrato a cualquier página del Evangelio para captar el momento en el que Dios sale al encuentro del hombre, acabaríamos siempre dibujando lo mismo – un hombre que ama de cerca: Jesús que ama a Pedro, a Marta, a María, o a Zaqueo.

Así, aunque la prudencia en tiempos de Covid aconseja distancias y mascarillas, nuestra salvación sigue pasando por la relación con el prójimo. Es decir: también en esta hora crítica de nuestra historia la salvación sigue teniendo forma de encuentro humano. Como Cristo sigue siendo hombre, nos sigue salvando con su Cuerpo en la Eucaristía, y con su Cuerpo en la compañía de los cristianos.

No se puede dudar de que la prudencia que previene es una forma de auténtica caridad. Pero podría dejar de serlo si sólo la motiva el miedo a que el otro nos contagie. Podemos no tener presente que mascarillas, distancias, y limitaciones sociales, nos pueden llegar a confundir. Nos ayuda el Evangelio de hoy: cuanto más alejados estemos de los demás, más nos alejaremos también de la carne de Cristo. Por eso, es importante que seamos conscientes de que las medidas que nos proponen para la prevención se podrían convertir en una justificación para un individualismo totalmente ajeno al amor que, en el fondo, nos acabaría confinando dentro de nosotros mismos, cuando ya sólo importo yo…

Hemos de ser prudentes y creativos al mismo tiempo, para llenar de humanidad la distancia de seguridad. Es verdad que las circunstancias son nuevas y exigentes, pero permanece el modo a través del cual el Señor nos quiere salvar. Por eso, creativos, por ejemplo, dando más tiempo a los encuentros fortuitos con amigos y conocidos, sacrificando horarios o planes; o siendo más francos y generosos a la hora de compartir en la conversación el camino que estamos haciendo y las cosas que Dios nos regala; o dedicando parte del tiempo en familia, o en los pequeños encuentros sociales, a rezar juntos, superando vergüenzas por amor al destino común que compartimos como hijos de Dios. El virus no altera nuestra vocación. Ni hace que Dios tenga un menor deseo de salvarnos.



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