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Egocentrados

Como necesitaba los datos para hacerle el certificado por un donativo, ayer llamé por teléfono a un feligrés de nuestra parroquia. Es un hombre activo y rodeado de familia, así que no me extrañó que la conversación fuese breve. Él llevó la voz cantante, sin imponerse, y no tardó en decir que estaba a mi disposición para lo que necesitara. El comentario fue cariñoso y se lo agradecí. Pero le debió parecer que yo no daba todo el crédito a lo que me acababa de decir, de modo que insistió y me dijo: Yago, lo que sea, para lo que necesites, aquí me tienes. Y añadió, porque está siendo un año muy malo para mucha gente. No fueron sólo palabras calurosas, algo con lo que afirmarnos el uno al otro, sino un auténtico anuncio: cuenta conmigo para lo que otros necesiten.

Se me quedó dentro la noticia. No creo que se trate de un hombre rico, y sé que no busca la conquista de afectos o aplausos. Dona sin que haya que pedírselo y sin que se sepa… Lo cierto es que en estos tiempos que corren, este hombre es una auténtica rareza. Porque vivimos todos egocentrados, muy dedicados en cuerpo y alma -y bastante en exclusiva- a lo nuestro. Poco a poco se nos ha ido esclerotizando el músculo con el que antes alcanzábamos al prójimo y nuestro vivir casi sucede de espaldas al resto. ¿Es que somos todos malos? No creo que esta vida invertida entera a favor del propio beneficio sea el resultado de una decisión libre e inteligente. Creo que más bien hemos sido inconscientemente arrastrados por la fuerza de una corriente que nos ha ido encogiendo el campo visual, hasta al punto en el que nos parece que la historia sirve sólo para ondear nuestros apetitos. Lo decía el champú: porque tú lo vales.

Jesús llamó a los apóstoles a ser pescadores de hombres. Los llamó y los apartó de sus redes; de sus redes, de sus barcas, y hasta de su familia, para ir con Él a vivir para siempre al servicio de los demás. Nosotros posponemos al otro, como si lo dejáramos en lista de espera hasta haber asegurado la satisfacción de todas nuestras ansias. Oye, que no me olvido de ti, pero todavía no te puedo atender… Primero yo, como nos enseñan las azafatas con las mascarillas de oxígeno en los aviones, y cuando se pueda, vendré a tu necesidad. En Jesús vemos lo contrario: que se fue humanando a medida que se entregaba. ¿Podemos decir de alguien que haya vivido más presente en el mundo que Jesús? Los arrancó de sus barcas, sin miedo a que se malograsen, porque en la vida generosa hay más vida. Como el benefactor de mi parroquia, que a sus años, más de ochenta, sigue siendo un tío atractivo, no por lo que ha logrado acumular en sus haberes, sino por la libertad con la que se dona.



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