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ELA

Tengo una amiga enferma. Vive aposentada en su silla de ruedas motorizada desde hace años, por el avance implacable de su enfermedad. El otro día estuve con ella en su casa charlando un buen rato. La enfermedad la ha ido paralizando, a pocos, pero mantiene intacta el habla. Me contaba de su vida, y del tiempo que irá llegando con nuevas exigencias y con nuevos duelos; esta enfermedad pide una y otra vez el abandono de tantas posibilidades buenas. En ese rato juntos miró al futuro en voz alta sin maquillar lo que está por llegar; lo agradecí… Pero se me hizo evidente que el tono, lo que decía, y el poco gesto que la enfermedad le permite, llevaban dentro una alegría genuina. Le pregunté, porque está claro que el ELA no es lo único que lleva en el alma, y me regaló un anuncio precioso de la fe: sabe que Dios la espera, que la espera en cada momento del camino, y eso la enamora. De hecho, insistió en que lo que más la sostiene es saber que cabe un camino con Él, y de su mano, el descubrimiento de nuevos modos de vivir en el mundo.

En la segunda lectura de la Misa de este domingo san Pablo vincula la debilidad y la pobreza con la elección por parte de Dios. En el fondo, asocia lo que a nosotros nos parecen polos opuestos: Dios y lo necio, Dios y lo pequeño. Nos parece imposible porque estamos convencidos de lo contrario, completamente seguros de que el éxito y la fuerza son la auténtica expresión de la verdad y de la bondad; es decir, la vida es buena si triunfas. En cambio, el Apóstol dice a los corintios: “Dios escogió la necedad del mundo para confundir a los sabios, y Dios eligió la flaqueza del mundo para confundir a los fuertes; escogió Dios a lo vil, a lo despreciable del mundo, a lo que no es nada, para destruir a lo que es, de manera que ningún mortal pueda gloriarse ante Dios”.

El éxito que afirman que tenemos cuando obedecemos a los cánones de la moda y de la ideología actuales, y esa presunta belleza reconstruida de apariencias mentirosas, y todo eso que decimos al repetir lo que dicen nuestros pequeños dioses de mentira, se me hizo nada ante un segundo de la vida de mi amiga en su silla, alegre y entregada -como puede- a darse sin cálculo a los demás. ¡Está contenta porque aún le queda camino y Dios por descubrir! Hoy nos ha cegado una terrible confusión que hace imposible que gustemos la vida si no es en el placer, en la comodidad o en la semblanza con la imagen de turno; es una necedad total… Con su vida y su pluma san Pablo nos desafía: Dios nos encuentra en la debilidad, igual que encontró a su hijo Jesús en la cruz. Porque el problema del cristiano no es la pequeñez, sino la fe, no es nuestra pobreza sino nuestro Dios. Cuando soy débil, dice Pablo, entonces soy fuerte.



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