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Era un amor

Empezamos la Cuaresma. Y tarda poco en llegar la palabra. Conversión. También Jesús la pronunció de las primeras – convertíos y creed en el Evangelio, porque se ha cumplido el tiempo, dice el Evangelio. Conversión es algo de lo que entre nosotros ya no se habla. La palabra huyó hace tiempo de nuestras conversaciones. Creo que ni siquiera los curas la mencionamos ya. Son cosas que se decían y pretendían antes – cuando éramos todos más pequeños. Pero nos hicimos mayores. Y cada uno es como es, y eso está suficientemente bien. De hecho, si el Espíritu Santo nos diese el Evangelio con sus páginas vacías, lo más que ahora nos anunciaríamos unos a otros sería que hay que empoderarse. Eso es lo de hoy. La conversión es otra cosa.

En el Evangelio Jesús la pide. Porque anda eso más próximo a una posibilidad real de vida que lo del empoderamiento. El diccionario -que ya la tiene como una palabra nuestra- dice que empoderarse es conseguir un poder que no se tenía para favorecernos a nosotros mismos. La llamada a la conversión juega en otra liga. Brota en un corazón, en el corazón de carne del Hijo de Dios que insiste fiel en proponernos una amistad – el hombre y su Dios aquí y ahora. La conversión ahora, posible, porque coincide con esa presencia. ¿Vale entonces lo que nos dice Jesús? Esta indicación en el Evangelio, ¿nos parece extraña y ajena a nuestras necesidades? ¿No será más bien que Jesús nos remueve por dentro porque su invitación se topa en nuestro interior con el avergonzado anhelo de una vida distinta? La cuaresma podría empezar así, haciéndole espacio a ese deseo tan alto como nosotros que pide ser escuchado. Sin temer, porque el corazón nos reclama en su lengua materna.

Para convertirnos, para poder ser lo que todavía no somos, necesitaremos una novedad que lo sea realmente. No bastará con cambiar de opinión sobre algunas cosas, como si cantar eslóganes de moda pudiera modificar lo que realmente somos. Tampoco cambiará la vida encontrar la enésima técnica milagrosa en un blog de famosos. Y Amazon llenará la vida de cosas, pero no la tocará en su columna vertebral. La conversión la propone Jesús, y consiste precisamente en descubrirle a Él. Tanto, que se va convirtiendo quien se empieza a descubrir amado. El resultado de ese amor no será un poder que habrá que ver si nos cambia, sino la libertad que hace hombres nuevos. La Cuaresma es para decidir, para sorprender este amor, asumiendo el riesgo y el sacrificio bueno que eso supone. Y también para vivir la novedad que de ahí proviene. Amar a Cristo, en vez de ver cómo lo encajamos entre nuestras cosas… 



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