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Hoy

Hoy, que parecemos todos habitantes iguales de los guetos ideológicos de una versión u otra de la ideología de moda, de espaldas al resto en un mundo en el que da la impresión de que ya no queda nada más grande que el propio ego, ahora que tantos viven tan dedicados a espejismos relacionales, en el mundillo digital o con el corazón entregado a una mascota entronizada, cuando afirmar al otro se ha vuelto una escalada casi imposible, hoy, el Señor nos llama a la caridad. Os doy un mandamiento nuevo, dice Jesús en el Evangelio de la Misa: que os améis los unos a los otros como yo os he amado. De hecho, la señal por la que conocerán que sois discípulos míos, será que os amáis los unos a los otros.

Amar al otro pide desalojar los espacios vitales que hemos llenado de nosotros mismos. También apostar por una existencia no autoteledirigida. Pide vivir episodios de auténtica espera. Y descarrilar la mirada para admitir que en lo cotidiano, o también en lo que es definitivo y valioso, caben voluntades alternativas, es decir, caminos que recorren itinerarios distintos. El Señor nos llama a todo eso porque así Él nos puede sorprender con su presencia, caminando junto a nosotros. Jesús no manda la caridad porque quiera sin más arreglar las cosas. No va el mandamiento del amor persiguiendo sólo un mundo sin desajustes, sino que la caridad entre nosotros la ha escogido Él como lugar y modo donde darse a conocer. Así, la caridad no es sólo gesto nuestro, sino real escenario de revelación.

Es verdad que somos limitados y variables, y que no siempre lo vemos todo a la primera. Nos cansamos, nos olvidamos, nos equivocamos; ¡todos! Por eso el amor bueno al otro es algo a lo que tenemos que volver mil veces, siempre empezando de nuevo. Pero ojalá lo intentemos sin miedo, porque cuando decidimos que ya está, que se acabó, en el fondo no gana nadie. Es cierto que hay ocasiones en las que somos vencidos, y sin poder más, puede ser bueno hasta una distancia y un tiempo que permitan recuperar la mirada sobre las personas o las circunstancias. Ahí, la caridad puede ser una oración, que es caridad de la buena, en la que afirmamos delante de Dios el deseo del bien del otro. De hecho, esa oración cambia también al que reza… Amar empobrece, aparentemente empobrece, porque es como tirarse de cabeza a bucear en la dependencia. Pero Dios lo lleva haciendo desde toda la eternidad, y ha sido siempre el más bello y el más poderoso. Él, principio y fuente de nuestra vida, nos invita a reconocer sin miedo al prójimo, dándole cabida en lo nuestro. El amor le llama, y Él viene.



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