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Pescanova

Estos días empiezan a llegar al móvil los primeros anuncios típicos de estas semanas previas a la Navidad. En estos años son Pescanova, Ikea, Campofrío, y en poco seguro que también la Lotería. Son auténticas películas aunque no superen los dos o tres minutos. Están tan bien hechas que uno repite con gusto, porque de algún modo, ahí dentro todo es amable. Con su mini trama, cada vez apuntan más alto, porque la Navidad es grande, y porque así muestran que algo de eso cabe en las marcas publicitadas: la memoria de los que nos han dejado, la maravilla de la vida, o el bien grande que es la familia.

Filman para vender. Y al acabar el video, nosotros hemos de volver a lo nuestro – que sigue tal y como lo habíamos dejado al darle al play. Por eso, hacia el final del ‘vuelo comercial’, la propuesta es clara: lo mejor es empujarse la vida con unos buenos langostinos, o con una loncha de jamón suculenta, o estrenando un mueble en la esquina del baño. Y no es mala cosa… El Adviento es un tiempo importantísimo, lleno de un anuncio que iba antes. Es el tiempo en el que la Iglesia nos recuerda que estamos hechos para Dios. Que es de Él la nostalgia que llevamos dentro. Y que el primer regalo es que nuestro interior vibre así, siempre sufriendo esa ausencia… Aunque sólo fuese por ese atrevimiento, habría que escuchar el Evangelio.

Nosotros gustamos las cosas buenas – langostinos, o jamones, o casas embellecidas; lo que sea que se nos regale. Y sin denunciarlas ni un poco, experimentamos que no llegamos nunca a reposar completamente en ellas. De hecho, la sorpresa es que nos pasa justo al revés: al poseer las cosas, más que descubrirnos satisfechos, nos encontramos aún más faltos, más hondos, como si al contacto con lo bueno el corazón se dilatase por dentro. Benedicto XVI decía precisamente que “las alegrías más verdaderas son capaces de liberar en nosotros la sana inquietud que lleva a ser más exigentes -querer un bien más alto, más profundo- y a percibir cada vez con mayor claridad que nada finito puede colmar nuestro corazón”. Al final, no podemos replegarnos sobre nosotros mismos, ni nos bastan nuestras propias ideas, ni nos colma lo ya poseído; no hay nada que pueda liberarnos de esa sana inquietud de la que habla el Papa. La Iglesia es fiel y nos lo dice con el Adviento: es que nos falta Dios, porque sólo Dios basta.
El Adviento nos recuerda que nuestro deseo es deseo de Dios. Y esa inquietud ingobernable que nos habita es como un punto de fuga que nos obliga a mirar al Cielo. En efecto, en Navidad celebraremos que Dios es la fuente de donde brota esa corriente que nos atraviesa permanentemente. La Navidad no dice que Dios se encoja para hacerse pequeño, a nuestra medida – Jesús no es sólo un niño. La Navidad dice que Dios no renuncia a su ser, que se hace hombre sin dejar de ser quien es, para visitarnos, y así responder a la carencia que Él mismo plantó en nuestras almas. El anuncio de la Navidad, y la fidelidad de la Iglesia que no lo calla, debería maravillarnos: quién mira hoy al hombre y le dice ‘a ti te falta Dios’.



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