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Sin encajar

Hay pocas páginas en el Evangelio como esta de san Juan. El apóstol narra cómo Jesús entró en el templo y lo puso todo patas arriba, organizando un lío tremendo. Porque el mundo había ocupado el interior del templo al abordaje… Hizo un azote de cuerdas, los echó a todos, y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; ¡no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre! Los judíos no tardaron en reaccionar. Y seguro que también los apóstoles quedaron atónitos. En el fondo, porque unos y otros estaban perfectamente conformes con un templo transformado en extensión conquistada del mundo.

Impresiona muchísimo cuánto hoy sigue sorprendiendo a tantos la diferencia que Jesús defiende, y que existe, entre lo que propone el mundo con su carril mental único, y lo que propone la Iglesia cuando anuncia su fe. Más: a no pocos -cuántas veces son los propios cristianos- escandaliza que la Iglesia siga teniendo una mirada propia sobre las cosas. Les parece una auténtica desfachatez, ahora que por fin estamos todos de acuerdo, de acuerdo, o mentalmente empaquetados… El gesto de Jesús en el templo lo explica, y dice hoy que la Iglesia no es un lugar más en el mundo. No lo es aunque se pretenda, desde fuera o desde dentro, confundidos por una especie de espejismo que hace pensar que así sería todo más fácil.

Sorprende. La Iglesia se resiste. Aun hoy piensa y cree a la suya. Porque descubre a su Dios queriéndola. Es un Esposo que no ama porque su esposa sea perfecta, sino porque es la suya, la preferida. Desde siempre y para siempre. Y no le podemos pedir a quien se sabe amado que viva como si todo fuese nada – porque le es imposible. Cristo vive en el mundo: lirios, y pájaros, y mieses, y amigos, y bodas. También los cristianos somos llamados a vivir en el mundo, y a no escondernos camuflados detrás de los burladeros. Pero no podemos pretender que el Evangelio y la Iglesia aplaudan justo y precisamente las ideas y modos que, tan misteriosamente sintonizados, defienden los nuevos políticos y los nuevos medios de comunicación. Habrá siempre diferencia, porque el amor de Dios nos compromete. Habrá siempre, como siembre ha habido, quien se escandalice de la fe los cristianos.

Jesús entró en la historia para cambiarla. No para que la historia le diese permiso. Para eso no hacía falta morir en la cruz. La fe no pide menospreciar el mundo, sino amarlo verdaderamente. Pero no lo podemos adorar. Ni pedirle a la Iglesia que se vuelva hijita del mundo. Porque con todas sus pequeñeces, quiere corresponder y vivir esa historia bonita de amor que el esposo le propone. Si la Iglesia sigue diciendo la suya con libertad, buena señal. Señal de que el Esposo sigue vivo y presente. Que María y José nos ayuden a no extrañarnos por la diferencia que nuestra fe introduce en la vida.



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