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Posverdad

En 2016 la palabra del año escogida por el antiguo Diccionario de Oxford fue ‘posverdad’. El neologismo dice, más o menos, que la realidad importa sólo relativamente, porque lo que cuenta es el modo en el que nosotros la vemos y vivimos; es decir, que la objetividad de los hechos se subordina al eco emocional que producen. Lo decisivo, pues, no es tanto que algo sea verdadero o no, sino sólo lo que parezca que es. Es evidente que bastan unos segundos de auténtica seriedad con la vida para caer en la cuenta del riesgo extremo que corre quien apostara por una lectura ‘posverídica’ de la realidad. Esta es la cuestión: o las cosas son lo que son, tozudas, o son sólo lo que opino de ellas – que dependerá del día que yo tenga…

La Iglesia celebra hoy el último domingo de su calendario. Con la liturgia nos recuerda que nuestro tiempo aquí no es para siempre, sino que se encamina imparable hacia adelante, hacia su término definitivo. De hecho, Jesús dice que allí, en ese día inevitable, todos seremos juzgados por Él. En efecto, al recibir el anuncio que nos hace el Evangelio de hoy, nos interesa notar la sorpresa con la que vivieron el juicio final los del segundo grupo, las cabras de la izquierda, que no lograron entender del todo – Señor, cuándo, ¿cuándo no vivimos adecuadamente? Seguro que podemos imaginar el juicio así, como el momento en el que cada uno de nosotros, el momento en el que todo lo nuestro, será comparado con la verdad. Ciertamente, el criterio de juicio no serán nuestras opiniones o sentimientos, sino la verdad misma.

El Evangelio puede ayudar a que nos libremos de la trampa de esta especie de ‘posverdad’ que a todos se nos puede colar un poco en la manera de mirar y pensar a Dios. Porque a Dios lo admitimos, incluso con gusto y afecto, pero muchas veces sólo después de haberlo acomodado a las formas de Él que antes hemos fabricado en nuestra imaginación. Pero Dios sólo puede ser como es, como ya es, desde siempre y para siempre, y no como a nosotros nos gustaría. En este sentido, impresiona muchísimo la imprudencia total con la que no pocos se confían a su dios-imaginado, gordinflón y buenoide, para el que todo vale porque nos respeta… Más que un dios, se parece a la abuela esclava del afecto del nieto, al que es incapaz de decirle que acabará perdiendo al vida por cómo la vive. Un dios inventado no es más que un pobre espejo mental donde nos miramos para adorarnos a nosotros mismos.

El tiempo avanza, irrefrenable, sin que sepamos del todo qué hay al otro lado del último día. Jesús habla de salvación en forma de cruz, de juicio, y de vida eterna como regalo y no como una deuda que se nos deba. Así, como no nos podemos dar a nosotros mismos la vida buena para siempre que deseamos, tendrá que ser don. Y si es don, será sólo Dios quien determine quién y cómo se accede a ella – y no nuestras opiniones. El anuncio del juicio nos exhorta a salir de nosotros mismos, fuera de nuestras madrigueras. Jesús en el Evangelio muestra un camino seguro: son los pobres en los que Él mismo nos sale al encuentro. No interpretemos las palabras de Jesús, acojámoslas: Cristo Rey, el juicio, y los pobres; es una ecuación sin incógnitas. Seguro que María nos acompañará en el camino.



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