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Todos los peces del mundo

Después de una noche entera de faena estéril Jesús le pidió a Pedro que volviese al lago con sus barcas. Le invitó a que se entregara de nuevo a lo que durante horas se había revelado inútil, a que se acercara otra vez al límite de sus fuerzas y posibilidades, ahora, porque se lo pedía Él. Rema mar adentro, le dijo, y lanza tus redes al agua. Pedro le contestó enseguida: Hemos estado bregando durante toda la noche y no hemos pescado nada, pero sobre tu palabra echaré las redes; como si el pescador le dijera al carpintero: apuesto a que vale la pena confiar en ti.

Vivimos un tiempo en el que parece que la fe está cambiando sus puntos de apoyo, ahora que cada uno tiene la suya y todo vale lo mismo. Pero como la una es consecuencia de la otra, si la fe pierde su alma, también la esperanza se queda hueca por dentro. De hecho nuestras esperanzas hoy son bien distintas a la esperanza que tenían nuestros padres o los suyos. La nuestra se ha desplazado, y camina cada vez más distante de la persona de Jesús. Antes la esperanza hablaba de Dios, de su poder y fidelidad, de su presencia, y de su designio bueno. Ahora, se encomienda entera a palabras que nos decimos unos a otros como si fuesen mágicas, insiste en pactos y acuerdos, o en grandes reuniones con las que poner fin a todo lo anterior.

Son modas, tendencias, ideologías más o menos distinguidas, que nos prometen una y otra vez que nos bastamos solos. Pero es una trampa porque es una esperanza en forma de boomerang, que por muy allá que parezca que alcance, en el fondo no hace más que volver a posarse de nuevo sobre nuestros propios hombros. Es un regalo el Evangelio de la Misa de hoy que nos lleva hasta Jesús que le pide a Pedro que abandone sus esquemas: Cristo se le ofrece como salvador, como verdadera esperanza, y Pedro confía. Dice el relato que la captura fue tan abundante que se rompían las redes y que las barcas casi se hunden; Jesús respondió a la confianza del apóstol dándole todos los peces del mundo, al experto, antes incapaz de encontrar ni uno.

El mundo cambia, dando sus giros, más o menos veloces, pero la Iglesia insiste en pedirnos hoy un silencio para recibir la noticia de la pesca milagrosa. No se cansa la Iglesia de mirar a Jesús, y no lo sustituye por alternativas mediáticas. Impresiona cuánto a Pedro, a pesar del peso enorme de su personalidad no le confundió la posible ganancia de su pesca, sino que se arrojó a los pies de Jesús olvidando el brillo de los peces. Bruto, duro, e infiel, pero inteligente, porque lo más prometedor de aquella mañana era aquel hombre presente, el Mesías.

Hoy empequeñecemos a Jesús, casi como si fuese sólo un muñeco envejecido, curioso y resultón. En efecto, nos parece que la fe ya no es suficiente, que pertenece al pasado, y que todo lo nuestro -nuestras vida entera- sólo sucede de tejas abajo. Atravesamos un momento histórico denso y único, pero que es una ocasión privilegiada para descubrir de nuevo a Jesús como esperanza: rema mar adentro y confía, que ese es el trabajo de tu libertad… La confianza, y no el esfuerzo autónomo que acaba siendo estéril. Cristo hoy; todavía Él.



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